Aquella noche en la central
el frío calaba nuestra piel.
Veíamos nuestra despedida.
Nuestros ojos bañados en agua de sal.
Aunque sabiamos que nuestro amor seguiría fiel,
era inevitable sentir esa gran herida.
Besos como nunca antes nos dabamos,
nuestras manos juntas creaban una fogata
que daban calidez a nuestras almas.
Y en aquel lugar no existiamos más que nosotros dos.
La gente allí presente no importaba,
todo excepto la tristeza se hacía fugaz.
El cruel momento se acercó.
Con mi cuerpo frío y ojos aguados
hacia el autobús caminaba.
Este nuevo y raro sentimiento no me lo explico,
solo sé que aunque nuestros cuerpos están lejos
mi amor día a día más se clava.