Cada noche la felicidad
se presentaba fielmente
en nuestra cama.
Juegos dulces que en verdad
nos dejaban frente a frente
y que a mi cuerpo culminaba.
Pero el capricho de la vida
y la insolencia del destino
me han dejado en la nada.
Hoy me ves tocando el arroyo de tu espalda,
mientras el paraíso de tu cuerpo
bendice mi cavidad entristecida.
Pero el arroyo está seco,
allí no hay vida,
desde tu partida.
El cruel e insidioso eco
retumba en esta
realidad fingida.
Mi corazón está en agonía,
la razón aún te extraña
y con cálidas palabras te dice:
“Tu ausencia no será
cuando te vayas
sino cuando te olvide”.